El desastre del 1898.
Durante el reinado de Fernando VII la práctica totalidad del
gobierno español alcanzó la independencia. Solo Cuba, Puerto Rico y Filipinas
se mantuvieron bajo soberanía española. Los problemas coloniales arrancaron en
la etapa del Sexenio con la guerra cubana.
La política colonial de los gobiernos españoles fue un
fracaso. Puerto Rico consiguió su autonomía en el año 1872, aunque el control
español se realizase de manera efectiva a través de una élite económica
poderosa.
En Cuba, todas las reformas fueron rechazadas por los
“españolistas”. También había un movimiento independentista dirigido por el
Partido Revolucionario Cubano, creado por José Martí. Se formaron tres
corrientes en Cuba: españolistas, autonomistas e independentistas.
En las islas Filipinas, las reformas autonomistas de Maura
chocaron con los intereses del clero y de las clases poderosas. Surgió además
el movimiento independentista de la Liga Filipina, dirigido por José Rizal.
La pérdida de las
colonias: En 1895
tuvo lugar la última guerra cubana. Tuvo dos periodos: entre 1895 y 1898 tuvo
lugar la guerra entre el ejército español y los grupos independentistas
nativos; en 1898 se produjo la intervención directa de los Estados Unidos en el
conflicto, lo que llevó al enfrentamiento hispano – americano.
La guerra hispano – cubana se desarrolló en tres fases:
-
Primera
fase: inicio de la sublevación y muerte del líder cubano José Martí.
-
Segunda
fase: máximo avance rebelde y época de Martínez Campos.
-
Tercera
fase: época del general Weyler.
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Cuarta
fase: desembocó en la intervención directa de Estados Unidos.
La guerra hispano – estadounidense de 1898: La guerra hispano – cubana coincidió
con el momento de máxima expansión del imperialismo estadounidense en el propio
continente, Caribe y Asia.
El interés por Cuba se
concretó en el intento de comprar la isla y en la ayuda a los insurrectos
cubanos. La explosión del acorazado estadounidense Maine fue el pretexto para
la declaración de guerra.
La flota española se enfrentó a la poderosa armada
norteamericana. El resultado fueron dos derrotas estrepitosas, una en Caive
(Filipinas) y otra en Santiago de Cuba.
Las negociaciones de paz se plasmaron en el Tratado de París,
mediante el cual España reconocía la independencia de Cuba, y cedía Puerto
Rico, Filipinas y la isla de Guam a Estados Unidos, a cambio de 20 millones de
dólares.
Quedaba así liquidado el Imperio Español, cuyos restos
pasaron a manos de los imperialistas del momento.
Las consecuencias del
desastre: crisis de conciencia y regeneracionismo.
La derrota generó un nuevo espíritu: el regeneracionismo. Sus
puntos básicos eran la dignificación de la política, la modernización social y
la superación del atraso cultural. Sus defensores más activos fueron políticos
como Francisco Silvela y Antonio Maura.
Francisco Silvela y Polavieja pretendían regenerar al país
sin modificar el sistema restaurador ni el papel que hasta entonces habían
jugado la corona, el ejército y los partidos. El fracaso del gobierno
regeneracionista mostraba la incapacidad del sistema para evolucionar.
Hubo otro movimiento regeneracionista al margen del sistema,
el de los intelectuales. Estuvo protagonizado por personajes como Macías
Picavea, Lucas Mallado o Joaquín Costa. Destacó un grupo sobresaliente de
escritores, que dio lugar a la llamada Generación del 98: Unamuno, Valle –
Inclán, Pío Baroja, Machado, Azorín… Todos
ellos cuestionaban la capacidad del pueblo español para progresar, consideraban
la falta de educación uno de los males causantes del atraso del país y
criticaban el sistema de la Restauración y su funcionamiento.
El regeneracionismo dejó de ser un peligro para el sistema
restaurador y sus lemas fueron asumidos por los conservadores y liberales. Se
creó el Instituto de Reformas Sociales, que respondía al nuevo liberalismo del
siglo XX.
Se creaba así una etapa de la vida política española y del
siglo XIX que dejaba abiertos numerosos frentes para el nuevo siglo.
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